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Las fases de Don Quijote
De Edward Friedman.
Traducción de Jessica Peña. Revisiones por Sara Mercedes Medina González.
El Hombre de La Mancha es un tributo de Dale Wasserman, Joe Darion y Mitch Leigh al Don Quijote de Miguel de Cervantes. El musical es más que un intento de recrear la novela; es una lectura de ésta, por lo cual no se pierde el espíritu ni el tono de la obra original. El Hombre de La Mancha toma lugar en una prisión donde el mismo Cervantes espera una audiencia con representantes de la Inquisición. En el área de espera, el escritor y su criado anónimo son sometidos a una inquisición interna por los otros prisioneros. Cervantes y su criado, ayudados de otros prisioneros, se defienden con la presentación de escenas de un manuscrito que se destaca entre sus posesiones. El autor se encuentra a sí mismo frente a una audiencia crítica, a quienes tiene que convencer de la viabilidad de su narrativa. Cervantes hace el papel del auto proclamado caballero Don Quijote y su mozo toma aquel del analfabeto escudero Sancho Panza. La obra dentro de la obra transfiere a la audiencia del mundo de la llamada realidad, al mundo del arte. Uno pudiera decir que la imaginación se vuelve el centro del escenario con letra y música.
Los creadores de El Hombre de La Mancha comprenden elementos esenciales de la novela del Quijote, del mismo Quijote y tal vez aún más importante, de Cervantes. Se percatan de que el autor supo cómo, simultáneamente, transferir el pasado cultural y literario de España a un texto. Cervantes aprecia el precedente y conlleva cambio. El Hombre de La Mancha no nos provee de momentos de la narrativa de Don Quijote con canciones, sino que el musical funciona casi como una obra expresionista y surreal. Se mete en las cabezas del tan poco convencional protagonista y del hombre que lo creó. Después de todo, Don Quijote celebra tanto el proceso de composición como el producto final. La novela refleja aspectos claves de la sociedad española y la naturaleza humana, contextos inmediatos y costumbres universales, percepción y perspectiva. Como novelista, Cervantes parece disfrutar lo inesperado. La ironía se convierte en uno de los tropos principales del libro, pero esta ironía está acompañada de humor, buena voluntad, generosidad, y una fe vagamente interpretada. La literatura o auto creación artística siempre forma parte del esquema narrativo de Cervantes y es siempre asimilada en la representación de la vida. Un punto estratégico de integración es que nada es uniforme.
En un nivel, Don Quijote se separa de la narrativa idealista que era especialmente popular en España del siglo dieciséis: sentimental, pastoral y de romances de caballería. Esta última era la literatura preferida de los autodenominados caballeros campesinos que elegían emular las exploraciones de los errantes caballeros medievales. En este sentido, Don Quijote cambia el idealismo por el realismo al exponer los ideales de caballería como una construcción, pero el estilo y el alcance de la pieza de Cervantes no conforman totalmente con los estándares del realismo europeo de los siglos dieciocho y diecinueve. Cervantes mezcla el realismo con dosis llenas de auto referencialidad literaria, una conciencia de la construcción del objeto artístico que se ha etiquetado como metaficción (la cual es ficción sobre ficción). Repleta de alusiones a la tradición de caballería española, a textos y géneros anteriores, Don Quijote prefigura realismo y naturalismo narrativo y alternativamente, sus contrapuntos en modernismo y postmodernismo. Cervantes dirige al lector en direcciones antitéticas al llevarlo hacia la distancia irónica y a la empatía; a pesar de que el lector se aparta de los personajes principales, se encuentra respondiendo emocionalmente a ellos. El sistema de signos del libro relata con libertad tanto al mundo como al dominio de la literatura. Las aventuras del caballero anacrónico son fundamentales para la historia, sin embargo, el autor parece tener mucho más en mente al desarrollar la narrativa.
Don Quijote, visto hoy en día como una sola novela fue en efecto publicada en dos partes, en 1605 y en 1615. Cervantes (1547-1616), que tenía cincuenta y ocho años de edad cuando se publicó la primera parte, sólo había conocido un éxito literario moderado. Un veterano de guerra herido y decorado, iba de Italia a España cuando su barco fue secuestrado, por lo que pasó cinco años prisionero en Argelia. Finalmente rescatado, no pudo prosperar en lo profesional ni en lo personal a su regreso. Publicó una novela pastoral, Galatea, en 1585, así como poesía ocasionalmente. Desesperadamente quiso triunfar como dramaturgo pero fue eclipsado por su prolífico y galardonado contemporáneo Lope de Vega, por lo cual sus obras e interludios se mantienen mayormente en el olvido. Cervantes se casó con una mujer diecinueve años menor que él y la unión, en todo aspecto, no le dio ni un poco de felicidad. Intentó una variedad de ocupaciones sin mucha remuneración. A pesar de sus frustraciones y fracasos, se mantuvo ocupado escribiendo y a una edad avanzada, recibió aclamación sin reservas por su Don Quijote. Su narrativa tocó un acorde que resonó con los lectores de muchas estirpes por ser profunda, compleja, sofisticada, altamente entretenida y accesible. Subsecuentemente, Cervantes pudo publicar doce “novelas ejemplares” (1613), ocho obras y ocho interludios (1615), junto con lo que él designó ser su obra maestra: una “épica en prosa” titulada Los Trabajos de Persiles y Sigismunda (publicada póstumamente en 1617).
Don Quijote es bidireccional. La novela mezcla el realismo con la metaficción y ofrece dos tramas: El viaje del caballero andante en busca de la fama y el servicio a su dama Dulcinea del Toboso (es decir, la chica campesina Aldonza Lorenzo) y a la humanidad, la cual es yuxtapuesta con una narrativa fluida sobre la escritura de una crónica de la misión de Don Quijote. El prólogo de la primera parte presenta a un Cervantes ficticio con un manuscrito en mano al cual le falta el prólogo. Un amigo (el álter ego de un álter ego) le aconseja que aluda los protocolos de materiales preliminares y que incluya cualquier cosa que se le ocurra; la tarea es meramente llenar el espacio del prólogo, por lo que un poco de diálogo y algunos poemas escritos precipitadamente harían exactamente eso. La ironía y la subversión pueden ser percibidas desde el comienzo. El prólogo –o más propiamente dicho, el metaprólogo—está dirigido al “lector ocioso”, aunque los lectores de Don Quijote son raramente pasivos. Este “amigo” huye de una lealtad ciega a las normas del arte y la novedad y la innovación aparecen en el aire. Desde el primer capítulo, Cervantes reta las metas y límites de la ficción. El narrador nombra el pasaje “la verdadera historia” de Don Quijote, mientras subraya (y frecuentemente socava) preconceptos sobre la verdad y la escritura de la historia. A manera de broma pero con firmeza, él demuestra que la verdad es más relativa que absoluta y contradiciendo a Aristóteles, mantiene que los historiadores nunca pueden ser completamente (o son remotamente) objetivos. Aún antes de su primer episodio como caballero, Don Quijote visualiza una crónica que seguirá sus victorias en el camino. El narrador acentúa las dificultades de producir un documento histórico cuando anuncia al final del octavo capítulo, cuando Don Quijote se encuentra en batalla con un escudero vasco, que no puede encontrar más información para compartir con el lector. Casualmente, encuentra una versión de la historia en un mercado en la ciudad de Toledo. La única dificultad es que el manuscrito es el trabajo de un historiador musulmán escrito en árabe. Al ser traducido, el texto continúa la batalla y la progresión de las desaventuras. La historia debe continuar, aunque el lector se percata de que probablemente algo se va a perder en el proceso de traducción.
Después de una serie de escapadas, Don Quijote y Sancho Panza dejan el camino principal para entrar a la parte montañosa de la Sierra Morena, donde la dependencia en la acción se convierte en variaciones del tema de la narración. Una variedad de personajes cuentan sus historias. Uno de ellos es un hombre alocado por lo que él incorrectamente supone ser traición por parte de su amada, y en este caso Don Quijote tiene la oportunidad de comentar en la locura de otro y después, corriendo desnudo por las colinas, de imitar la locura de su ejemplo a seguir, Amadís de Gaula. En una posada en donde mucha gente se reúne, una larga novela es leída en voz alta y un soldado recién rescatado del norte de África describe su cautiverio y su escape. En su camino a casa, el caballero conoce a un clérigo que denuncia los romances de caballería y con el apoyo del sacerdote de la villa de Don Quijote, critica las “nuevas obras” de Lope de Vega y a sus seguidores. La emisión de quejas de Cervantes a través de una persona sustituta le llevó a tener repercusiones significativas. Mientras Cervantes trabajaba en la segunda parte de Don Quijote –una tarea que entraba en su décimo año—su momento de gloria literaria fue disminuida por la aparición en 1614 de una segunda parte de Don Quijote por un falso escritor, aún desconocido, que utilizó el pseudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda. Astuta pero no brillante, la secuela de “Avellaneda” se montó en el éxito de la novela de Cervantes. Avellaneda infringió en el territorio de Cervantes y reprendió a Don Miguel por haber difamado a Lope de Vega por celos. Por una parte, Cervantes había tomado el ataque y la intrusión con dificultad para pero por otra parte, había tomado la decisión de incluir el tomo de Avellaneda en la legítima segunda parte y el dolor de cabeza del escritor se convirtió en una bendición para la continuación de su novela.
El narrador del prólogo de la novela del Quijote de 1615 parece ser Cervantes, quien promete evitar futuras secuelas sin autorización al matar a Don Quijote al final de la novela. Generalmente, los académicos postulan que Cervantes no cambió lo que había escrito de la segunda parte antes de la publicación del volumen de Avellaneda, la cual no recibe referencia en el texto hasta el 59vo capítulo. Hasta ese momento, la segunda parte se basa fuertemente en el impacto de la publicación de la primera parte. Don Quijote y Sancho Panza son ahora celebridades y los personajes primordiales de la segunda parte son lectores de la primera parte. Don Quijote tiene menos cabida para sorprender a otros, mientras que Sancho, con la experiencia de sus viajes y tribulaciones, toma mayor control cuando las circunstancias lo permiten. Un vecino astuto pero bien intencionado, Sansón Carrasco (un graduado de la universidad) se toma la tarea de disfrazarse de caballero para mandar a Don Quijote de regreso a casa derrotado, pero le toma mucho tiempo de la segunda parte para lograrlo. Mucha de esta secuela es estelarizada por un duque y una duquesa que, con dinero y tiempo de sobra, hacen de su palacio un teatro en el que el caballero y su escudero son actores bajo su dirección. Fabrican una isla en la que Sancho sirve como gobernador. En la segunda parte, Cervantes remplaza los romances de caballería como el mayor punto de referencia de la primera parte en un marcado movimiento de expansión y contracción. Y es hasta después que Avellaneda entra en el marco para alborotar la situación y para darle a Cervantes nuevas avenidas de ingenuidad.
La segunda parte “real” presenta a Don Quijote hojeando una copia de la odiada imitación en una posada y en una imprenta. Una tentadora adolescente en el palacio ducal relata una experiencia cercana a la muerte donde demonios jugaban tenis con copias del libro en vez de pelotas. Don Álvaro Tarfe, un personaje de la secuela de Avellaneda, aparece en la novela del Quijote de 1615 para certificar que éste Don Quijote es el auténtico. Al final, después de tener una visión detrás de escenas, Don Quijote rechaza su identidad como caballero y logra degradar a Avellaneda con sus palabras y su testamento. La venganza de Cervantes es hábil y divertida, pero el autor tal vez no se percató del valor que tendría la secuela falsa. Las ironías de la “verdadera historia” le dan el giro perfecto, puesto que el intruso ha hecho de la parte genuina la “verdad”. Don Quijote mismo adquiere vigor al querer desacreditar a su adversario. Cervantes no pudo haber creado un mejor complemento para su narrativa.
Al unir este elemento al producto, Cervantes examina los altos y bajos de la creación a través de enfoques múltiples. Incorpora el pasado literario y la acción de la escritura a una narrativa que se plantea como la historia. La crítica, la teoría y las alegorías son constantes, y la primera parte es estrictamente escrudiñada en la segunda, la cual también lidia e integra hábilmente la falsa secuela. Don Quijote es tanto una novela como una teoría de la novela, un ejercicio de auto reflexión que es paradójicamente conmovedor. Cervantes involucra al lector y lo invita –o lo forza más bien—dentro de la historia para participar en la acción y para deconstruir la noción del lector ocioso. Don Quijote muere en la conclusión de la segunda parte sólo para ser revivido en el futuro desarrollo de la literatura y en virtualmente todos los medios, incluyendo el teatro, la danza, la música, el cine y las artes plásticas. La huella de Don Quijote es ancha y profunda. La novela fomenta una apreciación de los métodos artísticos y los lazos entre el creador y el consumidor del arte.
El equipo de El hombre de La Mancha reconoce que los paradigmas de Cervantes promueven la transformación y la flexibilidad. Siguiendo a Cervantes, ellos colocan equitativamente al autor, al protagonista y a la audiencia en el centro y realzan las facetas metateatrales del texto. En búsqueda de una firma especial, Wasserman, Darion y Leigh reconfiguran la historia: incluyen canciones, retratan realidades duales (o ficciones duales) y colocan una Aldonza/Dulcinea de carne y hueso —solamente mencionada en la novela—para que interactúe con el caballero y su escudero. Combinan un intenso idealismo (vea “El sueño imposible”) con comedia y con una realidad siempre al acecho. Como Cervantes, su Don Quijote también es ridículo, poco atractivo e indisputablemente conmovedor. Uno se ríe de él, se preocupa por él y sufre con él. La cruda y cínica Aldonza le da un momento al estilo Pigmalión: él le enseña a sentir y a creer en la bondad. Cuando ella cante la parte principal del coro de “El sueño imposible” mientras que Don Quijote esté en su lecho de muerte y Cervantes salga a enfrentar a los inquisidores, es posible que no haya ni un ojo seco en las butacas.
Vi El hombre de La Mancha en Broadway en el otoño de 1968, justo antes de irme a estudiar mi tercer año en una universidad de España. Hal Holbrook había tomado el lugar de Richard Kiley en el papel protagónico y Joan Diener y otros miembros del elenco original se presentaron esa noche. Llevo conmigo aquella sincronización y simbolismo; nunca olvidaré esa noche en el teatro. He visto a John Cullum, Brian Stokes Mitchell y a otros en la obra. Terminé escogiendo mis estudios en Español moderno. Don Quijote ha sido la materia prima de mi trabajo por cuatro décadas y es parte de mi currículum de enseñanza para el semestre de otoño del 2014. Sin disculparme, soy quijotezco. Esta devoción a un libro me ha inspirado a contemplar la vida y el arte y a compartir este entusiasmo con los demás.
Edward Friedman es el Profesor Gertrude Conaway Vanderbilt de Español y Profesor de Literatura Comparativa en la Universidad Vanderbilt, donde también sirve como director del Centro Robert Penn Warren para las Humanidades. Friedman fue presidente de la Sociedad Cervantina de América y autor de Cervantes en el medio: Realismo y realidad en la novela española.
Excerpted from full article published in the e-book Guide to the Season’s Plays 2014-15, available for purchase for the Kindle or Nook.
Man of La Mancha plays Sidney Harman Hall through May 3.